Manuel Lozano tiene 26 años, es abogado y máster en Organizaciones sin fines de lucro. Desde los diecinueve años participa de las tareas de Red Solidaria. Hace dos años, Juan Carr lo nombró Director y Coordinador de las filiales de la Red en el interior del país. Desde entonces ha promovido la creación de más de setenta redes en todo el país.En los últimos tiempos ha visitado las provincias de Córdoba, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Santiago del Estero, San Luis, Neuquén y Río Negro.
Su interés es llegar a los necesitados para saber cuáles eran sus problemáticas y a partir de ahí ver cuál es la solución. “Queremos llegar a los que aún no hemos llegado, que seguramente son quienes más nos necesitan. Hay un largo camino por delante… pero se puede”, dice. Manuel y agrega: “Aquellos que tengan ganas de comenzar a involucrarse pueden hacerlo. Creo que cualquier persona desde su lugar está en condiciones de hacer algo. Sólo hacen falta ganas, compromiso y tiempo para dar”.
Convivir con el dolor no es sencillo. “Soy feliz ayudando a los demás, pero por la ayuda en sí. Las situaciones que padecen las personas con las que colaboramos no son para nada felices, sino todo lo contrario”, explica “Pero nunca te curás de espanto. Hace unas semanas tuvimos el caso de una chica de 21 años con tres chiquitos, que está sola, casi vivía en la calle y buscábamos una casa para ella. Pedíamos a las autoridades que la ayudaran con una casa, pues vivía sin luz ni agua, en la mugre, sin documentos. En tanto gestionábamos esto, se le cayó una vela, se prendió fuego el lugar en que estaba y murió uno de sus hijos”.
“Estamos en contacto con el dolor en forma permanente. Sin duda, los casos que más me duelen son aquellos en los que no podemos dar la solución que nos gustaría. Es ahí cuando me siento el ser más impotente del planeta… Igualmente, como a diario podemos dar algunas soluciones o ver buenos resultados, logro equilibrar las emociones”, dice Lozano.
Entonces Manuel cuenta una historia de final feliz: “Hace unas semanas estuve en Santiago del Estero y conocí a Hilario y a Rosa, dos maestros rurales. Hilario tiene 500 alumnos y sólo tres aulas muy pequeñas. Los chicos tienen que ir por grupos a la escuela porque no entran todos juntos. Rosa enseña en una escuelita que no tiene baño ni ventanas. Sin embargo, ambos afirman que si volvieran a nacer harían lo mismo”.
“Es emocionante tomar conciencia de que existe una gran cantidad de personas que trabajan a diario por una realidad mejor. Por eso siempre insto a que todos ayuden desde su experiencia, que no se queden indiferentes”, pide Manuel
Su interés es llegar a los necesitados para saber cuáles eran sus problemáticas y a partir de ahí ver cuál es la solución. “Queremos llegar a los que aún no hemos llegado, que seguramente son quienes más nos necesitan. Hay un largo camino por delante… pero se puede”, dice. Manuel y agrega: “Aquellos que tengan ganas de comenzar a involucrarse pueden hacerlo. Creo que cualquier persona desde su lugar está en condiciones de hacer algo. Sólo hacen falta ganas, compromiso y tiempo para dar”.
Convivir con el dolor no es sencillo. “Soy feliz ayudando a los demás, pero por la ayuda en sí. Las situaciones que padecen las personas con las que colaboramos no son para nada felices, sino todo lo contrario”, explica “Pero nunca te curás de espanto. Hace unas semanas tuvimos el caso de una chica de 21 años con tres chiquitos, que está sola, casi vivía en la calle y buscábamos una casa para ella. Pedíamos a las autoridades que la ayudaran con una casa, pues vivía sin luz ni agua, en la mugre, sin documentos. En tanto gestionábamos esto, se le cayó una vela, se prendió fuego el lugar en que estaba y murió uno de sus hijos”.
“Estamos en contacto con el dolor en forma permanente. Sin duda, los casos que más me duelen son aquellos en los que no podemos dar la solución que nos gustaría. Es ahí cuando me siento el ser más impotente del planeta… Igualmente, como a diario podemos dar algunas soluciones o ver buenos resultados, logro equilibrar las emociones”, dice Lozano.
Entonces Manuel cuenta una historia de final feliz: “Hace unas semanas estuve en Santiago del Estero y conocí a Hilario y a Rosa, dos maestros rurales. Hilario tiene 500 alumnos y sólo tres aulas muy pequeñas. Los chicos tienen que ir por grupos a la escuela porque no entran todos juntos. Rosa enseña en una escuelita que no tiene baño ni ventanas. Sin embargo, ambos afirman que si volvieran a nacer harían lo mismo”.
“Es emocionante tomar conciencia de que existe una gran cantidad de personas que trabajan a diario por una realidad mejor. Por eso siempre insto a que todos ayuden desde su experiencia, que no se queden indiferentes”, pide Manuel
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