“Un pedazo de barrio...” se fue ayer en la ciudad. A los 61 años, el corazón de Carlitos Schiavo dijo basta y se quedó dormido. Se fue tranquilo, partiendo al frío miércoles en retazos de recuerdos que iban apurando las lágrimas de sus amigos, de ese puñado de familiares, del barrio, de Parque Sur.Desde hace rato que Carlitos no caminaba las calles del Puerto Viejo, que no paraba en Tibiletti y Peyret para el clásico recital del mediodía o en el caserón de Perón y Cochabamba. Quizá, sin saberlo, haya sido el último bastión de una modernidad atroz, frenética, que esta transformando ese hermoso barrio en casas estudiantiles por donde se los mire. Quizá, Carlitos, comprendió eso antes de tiempo y dejó de patear sus veredas para irse entregándose lentamente al suspiro final.
Con él, también muere nuestra casi eterna juventud, de la que nos aferramos aún sabiendo que vamos perdiendo la batalla. Porque su figura encorvada simbolizaba, para nosotros, la Tupinamba, la Fórmula Entrerriana, pasa Bonelli, pasa Vacaluzzo, pasa el Tunga, la cocacolita, el Tío Rosen, el Angelo, Pirolo, las galletas de la panadería Díaz, Mario, el Zaraguayo, que hace cachilino, los gritos desaforados cuando arreciaba el viento norte, el caramelito, las mandarinas para la siesta robas al Geno al pasar, MonCheri, el Rofito, Fabián en la moto, el Triby, fffford 8, el Dandy, la cantina del club, la feta de fiambre robada con clase, Los Iracundos, Los Linces, el Sapo y los Cuatro Colores, San Lorenzo. Y muchas que me olvido pero que están en cada baldosa de la Placita Columna para abajo, hasta adonde aún no existía la Defensa Sur.
Carlos, el Loco Schiavo, Charly Fox, el Caaarlos, como el mismo se gritaba. El Flaco, su sombra, su amigo invisible y fiel debe haber sonreído ayer, viendo que lo acompañaban a su último descanso parte viva de la historia del barrio, gente de lágrimas difíciles que ayer las dejaron salir para despedir al viejo loco lindo. Gente grande, de batallas curtidas y asados interminables con Carlos en la cabecera de la mesa, caminó en silencio 200 metros, esos que quieren caminarse de forma urgente pero los pies no responden, porque no quieren llegar nunca. Pero el regresó a la abrumadora rutina fue todo un homenaje, con sonrisas que arrancaban cuando la memoria traía una salida del gran Carlitos. El que nos dejó ayer, el que se convirtió en leyenda que el tiempo pintará con palabras mejores que estas.
Por Gerardo Iglesias



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