Como se informara oportunamente, regresó el contingente de 170 argentinos, familiares y amigos de los soldados fallecidos en la guerra de las Malvinas que estuvieron en las islas para participar de la ceremonia inaugural del Monumento a los Caídos que se instaló en el cementerio de Darwin. Una de las personas que estuvo en el emotivo acto, fue Elsa Beatriz Cremona, viuda del cabo primero de Gendarmería Misael Pereyra fallecido en el conflicto en combate.
Elsa Beatriz Cremona y narró su experiencia, contando que tuvo la oportunidad de ver a un soldado ingles abrazado y llorando con un joven argentino, quienes paradójicamente habían perdido a su hermano y padre, respectivamente, en la guerra.
Luego de narrar las vivencias, no se pudo evitar el retroceder en el tiempo y contar lo que vivió en aquella dura y reciente parte de la historia de la Argentina.
Comenzar la entrevista no era fácil y mucho más complicado se hacía separar los sentimientos y evitar que en algunos pasajes de la nota se sintiera los escalofríos al escuchar los relatos de una mujer que guarda en su memoria recuerdos muy duros, pero que pese a esto logró salir adelante con sus tres hijos, formándolos en el amor a la patria y el prójimo, sin rencores, pero con fuertes convicciones.
Antes de comenzar su relato, Beatriz Cremona no pudo dejar de agradecer a las autoridades de Gendarmería Nacional, destacando que esta fuerza tuvo un comportamiento ejemplar para con los familiares de los caídos en cumplimiento del deber, señalando que hubo una notoria diferencia con otras fuerzas, lo que fue conociendo en este viaje a Malvinas.
“Entiendo a partir de este nuevo viaje, como ni mis hijos ni yo nos llenamos de odio. Fue gracias a que Gendarmería estuvo siempre junto a nosotros para lo que necesitábamos, como no lo hicieron otras fuerzas que trataron a los familiares como números. Vivienda, becas de estudios para mis hijos, atención para cualquier tramitación y esto me enseñó a comprender el porque del resentimiento de otros hijos o esposas de caídos en Malvinas. Gendarmería estuvo en todo los detalles y eso nos sirvió para superar lo que nos pasó”, destacó.
Recordando. Beatriz contó que en el momento de desatarse el conflicto en 1982, su esposo, que tenía 25 años, prestaba servicio en el Escuadrón 36 “Esquel”, integrando un Grupo Especial y participó reiteradamente de cursos de capacitación, como supervivencia, tortura, montañismo, mucho de lo que ella personalmente no sabía, ya que Pereyra no hablaba de su actividad.
“A Carlos le gustaba su trabajo en Gendarmería y yo fue lo primero que les hice saber a mis hijos, era feliz siendo gendarme y se integró a ese grupo por propia decisión. En 1981, me dijo que estaba seguro que se venía una con Chile, ya que se los estaba preparando mucho y no se les daba explicación. Yo respeté lo que él quería hacer, así como me respetaba a mí.
Cuando el 2 de abril comienza en conflicto, él me dijo que me preparara porque iba a ir. Escuchábamos permanentemente Radio Colonia, que era la única que decía la verdad y veíamos con mucha bronca como se mentía en otros medios y los circos que se hacían. La guerra se vivió de dos maneras distintas, una en el sur donde estábamos nosotros y otra en el norte, donde se veía a la gente en la plaza pidiendo la guerra y eso nos dolió mucho”, dijo con evidentes signos de malestar y dolor.
Siempre alertas. La vida en el sur fue muy complicada y se vivía en alerta permanente, muy distinto a los que pasaba en Buenos Aires. Las medidas de seguridad fueron implementadas en forma terminante y así lo contaba Elsa,“En nuestro viaje y en charlas psicológicas contábamos nuestra experiencia y decíamos que en el sur no podíamos salir de la casa, frazadas en las ventanas, vela debajo de la mesa y si se veía luz desde afuera, el responsable iba preso. Había manzaneros que vigilaban permanentemente que se cumplieran las reglas de seguridad. Esto era por temor a que Chile aprovechara la situación del conflicto y nos atacara. Nosotros vivimos la guerra, no como acá. Eso de los regalos, los que se anotaban para ir a pelear, como lo hicieron personas de avanzada edad, era como un circo, al menos así lo viví yo, pensando que eran tontos”.
Enojo. Cuando el conflicto avanzaba y se comenzaron a enviar efectivos a las islas, la ansiedad de Pereyra se incrementaba y así con contaba su esposa, “Cuando vimos que a la guerra se estaban enviando chicos del norte, Carlos se indignaba y decía que tenemos milicos que cobran sueldo y esos son los que tenían que ir a defender la patria. Él estuvo preparado desde el 2 de abril para viajar y recién los llevaron el 27 de mayo, asó que se pueden imaginar como estaba. Su dolor era no estar en su lugar ya que se había preparado para esto durante toda su carrera y no aprobaba de ninguna manera que se envían soldaditos, como los del norte que no conocían el frío y sin instrucción. Esperó cada día con mucha ansiedad y malestar, hasta que recibió la noticia”.
A la guerra. Casi dos meses de guerra habían pasado. Mentiras y festejos incomprensibles fueron sumándose y Pereyra con su esposa seguían esperando alguna convocatoria, la que finalmente llegó. Con lágrimas en sus ojos y ante la mirada de uno de sus hijos, Elsa comenzó a contar que “Carlos recibió la convocatoria con mucha alegría. Después de muchos años decidimos escuchar mis tres hijos y yo, un cassette que grabó él cuando ellos tenían 3 o cuatro años, antes de ir a la guerra. Lloramos juntos un montón. Él no se despidió y cantaba la canción de Malvinas golpeando una botella con un tenedor. Me dijo que quería que sus hijos al ser grandes lo recuerden como era y que lo escuchen con alegría. Me pidió que yo me encargada de decirle lo demás. Me dijo que soñó que no iba a volver y consideraba mejor que sea así porque no quería volver y ser una carga y por eso me mentalizó para eso y me hizo prometer que yo iba a regresar a Concepción con mis hijos”.
Pereyra viajó el 27 de mayo y finalmente llegó a Malvinas el 29 de ese mes y muere en la primera misión que les tocó.
“Carlos, me contarios sus compañeros, esa noche antes de salir en la misión, entre las penumbras, me escribió una carta. No puedo decir lo que escribía, porque me dijo muchas cosas que solo él podía decirme. Él era alegre y no puedo hacerla conocer es muy íntima, pero también me contó su viaje y llegada con una emoción tremenda. Esa fue la última vez que recibí novedad de él. A la mañana siguiente salieron en el helicóptero y los derribó un misil. Si bien pudieron aterrizar, el impacto fue en la parte donde iba él, y tras descender, la nave se incendió. Sus compañeros no pudieron hacer nada y eso los tenía mal. Yo estuve con ellos y les dije que no se sintieran culpables de lo ocurrido, ya que salvaron a los que pudieron”, contó con verdadera entereza.
La esposa de Pereyra contó que recibió la noticia en su casa, cuando llegó una comitiva y se sentaron con ella a la mesa para charlar, pero ella ya se había dado cuenta al verlos. Recibió muchos consejos a partir de ese momento y la ayudaron permanentemente, superando gracias a eso la situación. Con el correr del tiempo volvió a formar pareja y se casó con las condiciones de que la memoria del padre de sus hijos sería respetada permanentemente y desde entonces el retrato de su ex esposo estuvo colocado en el principal mueble de la casa. “Mi esposo es un santo y siempre respetó mis sentimientos y el de mis hijos y está pendiente de lo que necesitamos. Yo no dejé que lo llamaran papá, porque su padre fue Carlos. Pese a esto lo quieren muchísimo. Mi esposo no fue nunca a un acto, pero siempre me ayudó preparar a mis hijos para ir. Él tiene dos hijas y con ellas nos llevamos muy bien”.
Consejo. Finalizando su relato, Elsa no podía de dejar de dar un consejo con la experiencia que ella tiene. Contó que hubo quien le preguntó como hizo para criar a sus hijos sin odio o rencor. “Yo le dije que no hay que odiar a los que estaban en el gobierno. Todos tuvimos la culpa y nos dejamos engañar y nos llevaron. Cuando escucho a quienes dicen de la guerra injusta y critican les pregunto donde estaban el 2 de abril y les recalco que estuvieron en una plaza pidiendo la guerra. Por eso les dijo a los jóvenes que no cometan el mismo error que cometieron todos los argentinos y a los más grande le pido que digan la verdad. En estos 27 años, solo dos personas se sinceraron conmigo y me pidieron perdón por haber deseado la guerra”, finalizó.
Pablo Bianchi/De la Redacción de UNO
Elsa Beatriz Cremona y narró su experiencia, contando que tuvo la oportunidad de ver a un soldado ingles abrazado y llorando con un joven argentino, quienes paradójicamente habían perdido a su hermano y padre, respectivamente, en la guerra.
Luego de narrar las vivencias, no se pudo evitar el retroceder en el tiempo y contar lo que vivió en aquella dura y reciente parte de la historia de la Argentina.
Comenzar la entrevista no era fácil y mucho más complicado se hacía separar los sentimientos y evitar que en algunos pasajes de la nota se sintiera los escalofríos al escuchar los relatos de una mujer que guarda en su memoria recuerdos muy duros, pero que pese a esto logró salir adelante con sus tres hijos, formándolos en el amor a la patria y el prójimo, sin rencores, pero con fuertes convicciones.
Antes de comenzar su relato, Beatriz Cremona no pudo dejar de agradecer a las autoridades de Gendarmería Nacional, destacando que esta fuerza tuvo un comportamiento ejemplar para con los familiares de los caídos en cumplimiento del deber, señalando que hubo una notoria diferencia con otras fuerzas, lo que fue conociendo en este viaje a Malvinas.
“Entiendo a partir de este nuevo viaje, como ni mis hijos ni yo nos llenamos de odio. Fue gracias a que Gendarmería estuvo siempre junto a nosotros para lo que necesitábamos, como no lo hicieron otras fuerzas que trataron a los familiares como números. Vivienda, becas de estudios para mis hijos, atención para cualquier tramitación y esto me enseñó a comprender el porque del resentimiento de otros hijos o esposas de caídos en Malvinas. Gendarmería estuvo en todo los detalles y eso nos sirvió para superar lo que nos pasó”, destacó.
Recordando. Beatriz contó que en el momento de desatarse el conflicto en 1982, su esposo, que tenía 25 años, prestaba servicio en el Escuadrón 36 “Esquel”, integrando un Grupo Especial y participó reiteradamente de cursos de capacitación, como supervivencia, tortura, montañismo, mucho de lo que ella personalmente no sabía, ya que Pereyra no hablaba de su actividad.
“A Carlos le gustaba su trabajo en Gendarmería y yo fue lo primero que les hice saber a mis hijos, era feliz siendo gendarme y se integró a ese grupo por propia decisión. En 1981, me dijo que estaba seguro que se venía una con Chile, ya que se los estaba preparando mucho y no se les daba explicación. Yo respeté lo que él quería hacer, así como me respetaba a mí.
Cuando el 2 de abril comienza en conflicto, él me dijo que me preparara porque iba a ir. Escuchábamos permanentemente Radio Colonia, que era la única que decía la verdad y veíamos con mucha bronca como se mentía en otros medios y los circos que se hacían. La guerra se vivió de dos maneras distintas, una en el sur donde estábamos nosotros y otra en el norte, donde se veía a la gente en la plaza pidiendo la guerra y eso nos dolió mucho”, dijo con evidentes signos de malestar y dolor.
Siempre alertas. La vida en el sur fue muy complicada y se vivía en alerta permanente, muy distinto a los que pasaba en Buenos Aires. Las medidas de seguridad fueron implementadas en forma terminante y así lo contaba Elsa,“En nuestro viaje y en charlas psicológicas contábamos nuestra experiencia y decíamos que en el sur no podíamos salir de la casa, frazadas en las ventanas, vela debajo de la mesa y si se veía luz desde afuera, el responsable iba preso. Había manzaneros que vigilaban permanentemente que se cumplieran las reglas de seguridad. Esto era por temor a que Chile aprovechara la situación del conflicto y nos atacara. Nosotros vivimos la guerra, no como acá. Eso de los regalos, los que se anotaban para ir a pelear, como lo hicieron personas de avanzada edad, era como un circo, al menos así lo viví yo, pensando que eran tontos”.
Enojo. Cuando el conflicto avanzaba y se comenzaron a enviar efectivos a las islas, la ansiedad de Pereyra se incrementaba y así con contaba su esposa, “Cuando vimos que a la guerra se estaban enviando chicos del norte, Carlos se indignaba y decía que tenemos milicos que cobran sueldo y esos son los que tenían que ir a defender la patria. Él estuvo preparado desde el 2 de abril para viajar y recién los llevaron el 27 de mayo, asó que se pueden imaginar como estaba. Su dolor era no estar en su lugar ya que se había preparado para esto durante toda su carrera y no aprobaba de ninguna manera que se envían soldaditos, como los del norte que no conocían el frío y sin instrucción. Esperó cada día con mucha ansiedad y malestar, hasta que recibió la noticia”.
A la guerra. Casi dos meses de guerra habían pasado. Mentiras y festejos incomprensibles fueron sumándose y Pereyra con su esposa seguían esperando alguna convocatoria, la que finalmente llegó. Con lágrimas en sus ojos y ante la mirada de uno de sus hijos, Elsa comenzó a contar que “Carlos recibió la convocatoria con mucha alegría. Después de muchos años decidimos escuchar mis tres hijos y yo, un cassette que grabó él cuando ellos tenían 3 o cuatro años, antes de ir a la guerra. Lloramos juntos un montón. Él no se despidió y cantaba la canción de Malvinas golpeando una botella con un tenedor. Me dijo que quería que sus hijos al ser grandes lo recuerden como era y que lo escuchen con alegría. Me pidió que yo me encargada de decirle lo demás. Me dijo que soñó que no iba a volver y consideraba mejor que sea así porque no quería volver y ser una carga y por eso me mentalizó para eso y me hizo prometer que yo iba a regresar a Concepción con mis hijos”.
Pereyra viajó el 27 de mayo y finalmente llegó a Malvinas el 29 de ese mes y muere en la primera misión que les tocó.
“Carlos, me contarios sus compañeros, esa noche antes de salir en la misión, entre las penumbras, me escribió una carta. No puedo decir lo que escribía, porque me dijo muchas cosas que solo él podía decirme. Él era alegre y no puedo hacerla conocer es muy íntima, pero también me contó su viaje y llegada con una emoción tremenda. Esa fue la última vez que recibí novedad de él. A la mañana siguiente salieron en el helicóptero y los derribó un misil. Si bien pudieron aterrizar, el impacto fue en la parte donde iba él, y tras descender, la nave se incendió. Sus compañeros no pudieron hacer nada y eso los tenía mal. Yo estuve con ellos y les dije que no se sintieran culpables de lo ocurrido, ya que salvaron a los que pudieron”, contó con verdadera entereza.
La esposa de Pereyra contó que recibió la noticia en su casa, cuando llegó una comitiva y se sentaron con ella a la mesa para charlar, pero ella ya se había dado cuenta al verlos. Recibió muchos consejos a partir de ese momento y la ayudaron permanentemente, superando gracias a eso la situación. Con el correr del tiempo volvió a formar pareja y se casó con las condiciones de que la memoria del padre de sus hijos sería respetada permanentemente y desde entonces el retrato de su ex esposo estuvo colocado en el principal mueble de la casa. “Mi esposo es un santo y siempre respetó mis sentimientos y el de mis hijos y está pendiente de lo que necesitamos. Yo no dejé que lo llamaran papá, porque su padre fue Carlos. Pese a esto lo quieren muchísimo. Mi esposo no fue nunca a un acto, pero siempre me ayudó preparar a mis hijos para ir. Él tiene dos hijas y con ellas nos llevamos muy bien”.
Consejo. Finalizando su relato, Elsa no podía de dejar de dar un consejo con la experiencia que ella tiene. Contó que hubo quien le preguntó como hizo para criar a sus hijos sin odio o rencor. “Yo le dije que no hay que odiar a los que estaban en el gobierno. Todos tuvimos la culpa y nos dejamos engañar y nos llevaron. Cuando escucho a quienes dicen de la guerra injusta y critican les pregunto donde estaban el 2 de abril y les recalco que estuvieron en una plaza pidiendo la guerra. Por eso les dijo a los jóvenes que no cometan el mismo error que cometieron todos los argentinos y a los más grande le pido que digan la verdad. En estos 27 años, solo dos personas se sinceraron conmigo y me pidieron perdón por haber deseado la guerra”, finalizó.
Pablo Bianchi/De la Redacción de UNO
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